Fiesta de la Cátedra de Pedro: El Señor un día le dijo a Simón: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…
22 de febrero
La fiesta de la Cátedra de San Pedro, es una gran celebración de la Iglesia Católica que nos recuerda a todos la gran misión de pastor de la Iglesia universal que nuestro Señor Jesús le confió a Pedro y a sus sucesores bajo la promesa de que los poderes del infierno jamás podrán con ella.
Martirologio Romano: Fiesta de la cátedra de san Pedro, apóstol, al que el Señor dijo: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. En el día en que los romanos acostumbraban a recordar a sus difuntos, se celebra la sede de aquel apóstol, cuyo sepulcro se conserva en el campo Vaticano y ha sido llamado a presidir en la caridad a toda la Iglesia.
Historia de la Cátedra de San Pedro
El Señor un día le dijo a Simón: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Estas palabras de Jesús, marcaron a este gran Apóstol como el elegido para seguir con la obra de Dios en el mundo mientras Jesús se marchaba al Padre.
La palabra “cátedra” significa asiento o trono y es la raíz de la palabra catedral, la iglesia donde un obispo tiene el trono desde el que predica. Sinónimo de cátedra es también “sede” (asiento o sitial): la sede es el lugar desde donde un obispo gobierna su diócesis.
Por ejemplo, la Santa Sede es la sede del obispo de Roma, el Papa.
El Venerable Juan Pablo II recordó que “la festividad litúrgica de la Cátedra de San Pedro subraya el singular ministerio que el Señor confió al jefe de los apóstoles, de confirmar y guiar a la Iglesia en la unidad de la fe.
En esto consiste el ministerium petrinum, ese servicio peculiar que el obispo de Roma está llamado a rendir a todo el pueblo cristiano.
Misión indispensable, que no se basa en prerrogativas humanas, sino en Cristo mismo como piedra angular de la comunidad eclesial”.
La belleza de celebrar la Cátedra de San Pedro
El Papa León Magno, en uno de sus sermones, expresó la bella de esta celebración:
De todos se elige a Pedro, a quien se pone al frente de la misión universal de la Iglesia, de todos los apóstoles y los Padres de la Iglesia; y, aunque en el pueblo de Dios hay muchos sacerdotes y muchos pastores, a todos los gobierna Pedro, aunque todos son regidos eminentemente por Cristo.
La bondad divina ha concedido a este hombre una excelsa y admirable participación de su poder, y todo lo que tienen de común con Pedro los otros jerarcas, les es concedido por medio de Pedro.
El Señor pregunta a sus apóstoles qué es lo que los hombres opinan de él, y en tanto coinciden sus respuestas en cuanto reflejan la ambigüedad de la ignorancia humana.
Pero, cuando urge qué es lo que piensan los mismos discípulos, es el primero en confesar al Señor aquel que es primero en la dignidad apostólica.
A las palabras de Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, le responde el Señor: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Es decir: «Eres verdaderamente dichoso porque es mi Padre quien te lo ha revelado; la humana opinión no te ha inducido a error, sino que la revelación del cielo te ha iluminado, y no ha sido nadie de carne y hueso, sino que te lo ha enseñado aquel de quien soy el Hijo único».
Y añade: Ahora te digo yo, esto es: «Del mismo modo que mi Padre te ha revelado mi divinidad, igualmente yo ahora te doy a conocer tu dignidad: Tú eres Pedro, que soy la piedra inviolable, la piedra angular que ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, yo, que soy el fundamento, fuera del cual nadie puede edificar, te digo a ti, Pedro, que eres también piedra, porque serás fortalecido por mi poder de tal forma que lo que me pertenece por propio poder sea común a ambos por tu participación conmigo»
Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. «Sobre esta fortaleza – quiere decir – construiré el templo eterno y la sublimidad de mi Iglesia, que alcanzará el cielo y se levantará sobre la firmeza de la fe de Pedro».
El poder del infierno no podrá con esta profesión de fe ni la encadenarán los lazos de la muerte, pues estas palabras son palabras de vida.
Y del mismo modo que lleva al cielo a los confesores de la fe, igualmente arroja al infierno a los que la niegan.
Por esto dice al bienaventurado Pedro:
“Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”.
La prerrogativa de este poder se comunica también a los otros apóstoles y se transmite a todos los obispos de la Iglesia, pero no en vano se encomienda a uno o que se ordena a todos; de una forma especial se otorga esto a Pedro, porque la figura de Pedro se pone al frente de todos los pastores de la Iglesia
Esta fiesta recuerda la escena en que Jesús, en la cima del monte Tabor, se apareció vestido de gloria, hablando con Moisés y Elías ante sus tres discípulos preferidos, Pedro, Juan y Santiago. La fiesta de la Transfiguración del Señor se venía celebrando desde muy antiguo en las iglesias de Oriente y Occidente, pero el papa Calixto III, en 1457 la extendió a toda la cristiandad para conmemorar la victoria que los cristianos obtuvieron en Belgrado, sobre Mahomet II, orgulloso conquistador de Constantinopla y enemigo del cristianismo, y cuya noticia llegó a Roma el 6 de agosto.
La fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María, se celebra en toda la Iglesia el 15 de agosto. Esta fiesta tiene un doble objetivo: La feliz partida de María de esta vida y la asunción de su cuerpo al cielo.
“En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios”. Homilía de Benedicto XVI (2010)
La devoción a Nuestra señora de los dolores viene desde muy antiguo. Ya en el siglo VIII los escritores eclesiásticos hablaban de la “Compasión de la Virgen” en referencia a la participación de la Madre de Dios en los dolores del Crucificado.
Pronto empezaron a surgir las devociones a los 7 dolores de María y se compusieron himnos con los que los fieles manifestaban su solidaridad con la Virgen dolorosa.
La fiesta empezó a celebrarse en occidente durante la Edad Media y por ese entonces se hablaba de la “Transfixión de María”, de la “Recomendación de María en el Calvario”, y se conmemoraba en el tiempo de Pascua.
En el siglo XII los religiosos servitas celebraban la memoria de María bajo la Cruz con oficio y Misa especial. Más adelante, por el siglo XVII se celebraba el domingo tercero de septiembre.
El viernes anterior al Domingo de Ramos también se hacía una conmemoración a la Virgen Dolorosa, festividad conocida popularmente como “Viernes de los Dolores”.
Benedicto XIII extendió universalmente la celebración del “Viernes de Dolores” en 1472 y en 1814 el Papa Pío VII fijó la Fiesta de Nuestra Señora de los Dolores para el 15 de septiembre, un día después a la Exaltación de la Santa cruz.